En su más que centenaria historia, la izquierda española se ha movido, principal y casi exclusivamente, por el dinero. No por el poder en sí, que también, sino por el parné, el vil metal, el poderoso caballero, eso que según algunos es lo que hace, y no el amor, girar al mundo.
No es de extrañar, por lo tanto, que consideren
que la mayor parte de los españoles son de parecida catadura. Nadie como ellos
se ha empeñado en crear redes de clientelismo, pesebres, paniaguados y otras
figuras de ese jaez. Nadie como ellos ha derrochado el dinero público -al fin y
al cabo, consideran que no es de nadie, y las res nullius son del
primero que se las queda- con el fin de asegurarse la poltrona.
No debe sorprender, por lo tanto, que en año
electoral -a mitad de año los comicios autonómicos y municipales, y al final
los estatales- el psicópata de La Moncloa prepare una lluvia de millones para tapar su asalto a la Justicia y al Tribunal Constitucional... o al menos para intentarlo.
Compra de voluntades, llaman a eso en mi pueblo.
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