En un año tan movidito como éste, no está de más que la última entrada normal sea una que trate un tema más ligero, relativamente intrascendente.
Con el cambio de siglo, el cine de
superhéroes, que nunca había sido lo que se dice un exitazo de taquilla, se
afianzó como una máquina de hacer dinero. Y quien lo afianzó no fue la que
había pegado los mayores pelotazos, la DC de Superman y Batman, sino la Marvel
que, vez tras vez, había pergeñado productos sonrojantes, de Los Cuatro Fantásticos
de Roger Corman al Castigador de Dolph Lundgren.
La recuperación empezó con la
trilogía de Blade, siguió con el Spiderman de Raimi. Y aunque el Hulk
de Ang Lee fue una cosa un poco rara, el primer Iron Man, clavando
al elegir como actor a Robert Downey Jr., sentó las bases de lo que es ahora,
indudablemente, el universo cinematográfico más rentable.
En DC, en cambio, no paran de dar
bandazos. La trilogía de Nolan sobre Batman cosechó alabanzas de crítica y público,
pero desde entonces no acaban de dar con una línea definida. Continuos bandazos,
unidos al -para mí- inexplicable dejar de lado el entramado televisivo que -aquí
sí- habían logrado montar, conectando unas series con otras.
Y cuando parece que tienen un
universo compartido montado, van y lo desmontan, decidiendo no renovar a Henry
Cavill como Superman, cancelando la tercera película de Gal Gadot como Wonder
Woman…
De desatino en desatino hasta el desastre final.
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