En un país normal, no sería noticia que una clase de un colegio colgara una bandera del país en cuestión con motivo del campeonato del mundo de fútbol, que terminó ayer en Catar.
En un país normal, no se expulsaría a los alumnos que colgaron la bandera, ni una profesora se referiría a la misma como trapo.
En un país normal, el colegio no tendría que
abrir una investigación para aclarar los hechos, porque están todos clarísimos.
En un país normal, la televisión pública
estatal no se referiría a esa bandera, que se recoge en la Constitución como
uno de los símbolos nacionales, como bandera de la discordia.
Todas esas cosas han pasado en España; en concreto, en un colegio religioso de Palma de Mallorca.
Porque no somos un país normal.
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