Hace un tercio de siglo -largo-, en el examen para matrícula de honor en la asignatura de Derecho Político II (la conseguí) hacía un vaticinio -tampoco había que ser especialmente brillante- sobre los resultados electorales de los partidos de derechas: hasta que no consiguieran reunirse (al menos, los que obtenían representación parlamentaria; esta es una matización que hago ahora), tanto los nacionales como las distintas versiones regionales, el PSOE seguiría gobernando.
Y esto es así como consecuencia del sistema electoral vigente en España
para el Congreso de los Diputados, con la provincia como circunscripción
electoral y la ley D’Hont como sistema de distribución de escaños: cuantas más
formaciones concurran dentro de un determinado ámbito ideológico, menos escaños
conseguirán conjuntamente, aun cuando el número de sufragios obtenidos pudiera
ser mayor.
Por eso lamenté la emergencia de Ciudadanos y Vox a izquierda y derecha
del PP, porque restaban escaños al centro derecha, y también por eso me pareció
estupenda la pujanza de los neocom (porque les quitaba escaños a los de
la mano y el capullo), mejor aún la emergencia de los neoneocom (que les
quitaban escaños a aquellos de los que se habían escindido sin conseguir ellos
un efecto apreciable) y de rechupete la creación de la formación cocuquista,
que va quitando escaños a los anteriores mientras se dedican a atizarse (dialécticamente…
de momento).
Y por eso me parece bien que los críticos con lo que llaman la deriva separatista del PSOE (nada de deriva, el rumbo estuvo trazado nítidamente desde su mismo nacimiento, hace ya casi siglo y medio) impulsen una formación llamada Izquierda Española. Cuantos más sean, a menos tocarán.
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