Un problema grave de los secesionistas catalanes es que están tan acostumbrados a que, de Pirineos para abajo, todo el mundo les ría las gracias, que se sorprenden cuando, al plantear sus mismas disparatadas exigencias allende nuestras fronteras, como decía un programa radiofónico de mi infancia, nadie les toma en serio o, más bien, no les hacen ni refitolero caso.
Algo que deberían saber en el otro extremo de los Pirineos (me refiero
a Vascongadas). No en vano, los terroristas de la banda de ultraizquierda
vivieron tranquilos en el país de las trescientas (o más) variedades de quesos
hasta que se les ocurrió tocarles las narices a las autoridades, momento en el
que en ese país en el que cocinan con ajo y que será un epítome de la
democracia pero tiene un solo idioma oficial y nada parecido ni de lejos a las
autonomías se les acabó el chollo a los del hacha y la serpiente.
Pero, envalentonados por la bajada de pantalones del psicópata de la
Moncloa, se deben haber creído que todo el monte es orgasmo, y ahora exigen
selecciones deportivas vascas que engloben territorios galos.
Van aviados, y si no, al tiempo…
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