El problema con los fanáticos es que uno siempre el riesgo de quedarse corto, y ser depurado por la facción más extrema, extremista y extremada del movimiento, que acusarán a los demás de blandos, tibios o, directamente, traidores.
Eso es lo que ha sucedido con el movimiento feminista, actualmente
devenido feminazismo: de abogar por la igualdad entre hombres y mujeres se pasó
a lo que podríamos llamar hembrismo, esto es, una especie de machismo
con ovarios, en los que la mujer sería superior al hombre (que, precisamente
por eso, la habría tenido sometida por milenios y milenios). Tras esto ha
venido el auge de la ideología queer, según la que cualquiera puede
autodefinirse como mujer, aunque tenga próstata y demás atributos
masculinos.
Y quien diga lo contrario será considerado, no ya como machista o
heteropatriarcal, sino como tránsfobo, aunque ese alguien sea una
feminista con décadas de lucha. Las mujeres normales que defienden esta
ideología parecen no darse cuenta de que, si cualquiera puede definirse como
mujer, no tiene sentido la lucha por los derechos de las mujeres.
Y si nombran directora del Instituto de las Mujeres -a propósito, ¿por
qué la izquierda siempre pone mujeres al frente? ¿Es que los hombres de
izquierdas no entienden a las mujeres? ¿Son entonces iguales a los hombres de
derechas? ¿Sólo mas mujeres pueden ser verdaderamente de izquierdas?- a una mujer
que considera que la ley trans no es una buena ley, y que hay que
enmendar la ley Sánchez-Montero, inmediatamente las neocom se la echaran
encima, llamándola de todo menos bonita (que tampoco es que lo sea demasiado,
al menos en mi machista opinión).
Como buena borrega obediente, se apresuró a borrar los tuits que generaron la polémica. Como si eso fuera a librarla de las invectivas de las feminazis…
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