Esta reflexión es más bien un sucedido personal o, por mejor decir, una reflexión sobre ese sucedido.
De un tiempo a esta parte, las llamadas de teléfono haciéndote ofertas (o
presuntas ofertas) son incesantes. Si se trata de una compañía -eléctrica,
telefónica, de gas…- que no me presta servicios, mi respuesta es automática: muchas
gracias, no estoy interesado y cuelgo. Antes de llegar a ese punto atendía
la llamada, y hubo un caso bastante pintoresco: el interlocutor me dijo no sé
qué de que su oferta mejoraría mi vida, a lo que respondí que no estaba
interesado; extrañado, me preguntó si no quería mejorar mi vida, a lo que
respondí que no, que estaba satisfecho con ella tal y como era… y colgué.
Lo malo es cuando te llaman de compañías con las que sí tienes
relación. Porque entonces puede ocurrir -entramos en el sucedido- que quien te
esté llamando no sea exactamente la compañía, sino una gestoría (en otro caso
que también interlocuté creo que era el término que emplearon) que busca hacerte
un favor (aquí debería haber empezado a sospechar) diciendo que, como la
compañía X va a tener una subida de tarifas sí o sí, te ofrecen una serie de
alternativas para que el sablazo no sea tal.
Naturalmente, la cosa no es así: ni la subida se va a producir, ni es
ineludible. Lo que quieren es que digas que sí a lo que estén ofreciendo (que
te hagas tú mismo la subida, vamos), probablemente porque consiguen una
comisión por cliente que contrate. Y si picas en la alternativa de permitir que
te llamen empresas que te hagan ofertas alternativas -empresas recomendadas
por la OCU, dicen… tantas veces que con la repetición ya debería haber
empezado a sospechar-, peor, porque has abierto la puerta tú solito -como
ocurre con los vampiros, que sólo pueden entrar en tu casa si tú les dices que
entren- a que te llamen.
Gracias a Dios, no dije que sí en ese momento, y hablé con una amistad
que, a su vez, tiene un hermano que trabajó en una empresa de telefonía y que
me dijo que lo que me habían dicho era falso. Cosa que se confirmó cuando llamé
a Telefónica y me dijeron que ese tipo de ofertas nunca se hacen desde un
teléfono móvil, sino desde uno de los de la compañía. Cosa que se verificó
cuando volvieron a llamarme: les corté diciendo no es cierto, he hablado con
la compañía y me han disco que no es así… me colgaron y no me han vuelto a
llamar.
Algo parecido ocurrió un par de semanas después con la compañía de electricidad. Dijeron que se iba
a producir una subida de tarifas, a lo que yo respondí -consejo de la amistad
precitada- que esas cosas me las digan por escrito. Cuando me dijeron que ya lo
habían hecho seis meses antes -me extrañó, porque estoy atento al buzón-, le
pasé el teléfono a uno de mis hermanos, que andaba por allí, y que añadió una
pizca más de sabiduría para estos casos: pidió el número de empleado, y a
continuación llamó a la compañía, que nos dijo que tal número no correspondía a
ninguno de sus empleados. Para colmo, la llamada la hicieron a las nueve y
media de la noche o así, lo que ya me puso de bastante mal café y me hizo
decirle a la interlocutora que no eran horas de andar haciendo llamadas (nuevo
indicio, a toro pasado, de que la cosa no era lo que parecía).
Así que ya sabéis: no digáis nunca que sí a nada, pedir número de
empleado, que os envíen todo el asunto por escrito -y si no tienen vuestros
datos, es que no son lo que dicen ser-, y verificadlo con la atención al
cliente de la compañía afectada.
Un último punto: las dos llamadas las hicieron en relación con mi padre (lo mismo que el caso a que me refiero en el tercer párrafo de esta entrada), lo que me hace pensar que buscan personas mayores, con menos tablas y capacidad de reacción. Lo que no saben es que las llamadas de mi padre suele atenderlas el sieso de su primogénito, es decir, un servidor. Que no es que sea muy inteligente pero, llegado el caso, mala leche y grosería me sobran.
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