Por mucho que se empeñen los marxistas, sus aduladores y sus lamelibranquios (que ya sé que no es un término aplicable, pero ¿a que queda bien y suena mal?), el libre mercado es lo único que asegura una prosperidad económica. Ojo, que no estoy hablando de capitalismo salvaje y la ley de la selva, pero entre eso y el intervencionismo absoluto hay un amplio margen.
Algo que no entienden -y si lo entienden, no
les importa, lo que es todavía peor- los revolucionarios de salón, esos iluminados
que se creen -o que se presentan como si lo creyeran- en posesión de las
soluciones a todos los problemas del mundo mundial y parte del extranjero.
Lo que ocurre es que, como no tienen ni refitolera idea de nada, cuando aplican sus remedios resultan ser peor que la enfermedad (al menos, para los demás). Y así, la ley de vivienda pergeñada por el desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer se ha traducido en una disminución de la oferta de los alquileres y -consiguientemente, como sabe cualquier alumno de primero de Economía- unos precios más altos.
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