Los secesionistas españoles son, por naturaleza, insaciables. También son bastante estúpidos, corriendo el riesgo de acercarse peligrosamente al límite de degollar a la gallina de los huevos de oro si estiman que ésta no les da todo lo que quieren todo lo deprisa que quieren.
Además, tienen una vena sádica y prepotente, que les hace exhibir su
poder y disfrutar haciéndolo. Eso explica que, en toda la negociación previa a
la presentación de los tres primeros decretos-ley de la legislatura, los jotaporcatos
insistieran en cargarse los mismos, obligando a los de la mano y el capullo a
hablar de contrapartidas.
Es decir, cesiones con cargo al resto de los españoles.
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