Cuando una inútil depone (depone de deposición, no de deponer) detritos legislativos, la consecuencia ineludible, inevitable, ineluctable, es que la situación se enmierde.
Es lo que ha ocurrido con la llamada ley
trans perpetrada por los neocom, pero respaldada en su conjunto -no
lo olvidemos- por el desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de
padecer, y aprobada en las Cortes Generales. Es decir, que aunque pudiera
acusarse a la marquesa de Villa Tinaja de ser la responsable última (o
primera), la cosa tiene muchos responsables.
La consecuencia es que, con ese engendro
normativo, basta con la simple declaración de sentirse de uno u otro sexo para
que esa declaración tenga efecto inmediato. Y si un bigardo de dos metros con
toda la barba, el premio gordo y dos aproximaciones (que diría Errol Flynn
en el inmortal doblaje de, valga la redundancia, El Informal) dice que
se siente mujer (aunque, se sienta a gusto con su cuerpo y, como en el chiste,
le gusten las mujeres), pues hay que considerarle mujer, y permitirle hacer lo
que las mujeres hacen.
Incluyendo el entrar a los baños de mujeres. Y si el ejército -porque el maromo es militar- no se lo permite, la Justicia deberá cometer el sinsentido de abrir causa contra el ejército… por seguir el sentido común.
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