Vox, como los neocom, surgió por la excesiva centralización (los marxistas dirían aburguesamiento, pero eso sólo resulta en principio predicable de la izquierda, ya que a la derecha se la supone burguesa per se) de los partidos tradicionales.
En concreto, Vox surgió porque el PP, con su
manía de creer que tenía seguros a sus votantes, se lanzó a buscar nuevos en
los caladeros de la izquierda, ignorando dos cosas: que entre el producto
genuino y la imitación, la gente siempre tiende a elegir el producto genuino; y
que hay gente que jamás votará a la derecha, por muy de izquierda que se
disfrace.
Vox actuó, así, como un enemigo a la
espalda del PP (sería más correcto decir en el flanco derecho): un enemigo que,
si el PP se movía demasiado a la izquierda, le iría comiendo terreno. Un
enemigo, en suma, que impediría que el PP se ablandase demasiado.
El problema es que Vox, ante la recuperación
del PP (o, aunque no haya correlación de causa a efecto, coincidiendo con la
misma), ha ido radicalizando sus posturas, precisamente en el momento en que ha
empezado a adquirir responsabilidades de gobierno. Lo cual puede ser un intento
de marcar diferencias para evitar ser fagocitados, como ha ocurrido en la
izquierda, que el PSOE está devorando todo lo que un día perdió… aunque esto se
debe a dos factores: el movimiento hacia la izquierda de los de la mano y el
capullo (otros que piensan que tienen un caladero fijo seguro, aunque estos
están más cerca de la verdad, porque hay gente que, a pesar de ser inteligente,
les votará pase lo que pase, aunque sólo sea para que no gobierne Vox;
sé de lo que hablo, conozco a algunos), y la absoluta, total y completa
ausencia de escrúpulos del psicópata de la Moncloa.
Y el riesgo que corre Vox es pasarse de
frenada. Porque, tras las elecciones al parlamento europeo, han abandonado el
grupo en el que se encuentra la formación de Giorgia Meloni -lo que podríamos
denominar extrema derecha, pero sólo para simplificar- y se han pasado al de Viktor Orban (lo que podríamos llamar extremísima derecha).
Que, como ocurrió con el fascismo -recordemos: una ideología de izquierdas- hace nueve décadas, resulta ser la quinta columna del que manda en el Kremlin.
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