Cuando alguien se cree mierda y no llega a pedo, siempre viene bien que haya quien le ponga en su sitio, le confronte con la realidad, le cante las cuarenta y ponga las cosas en sus justos términos.
Y eso es lo que ocurre con la cónyuge del
psicópata de La Moncloa, hija de un empresario dedicado a las saunas homosexuales
-ocupación en principio tan decente como cualquier otra, pero que a los progres
parece molestarles que se les recuerde-, que no tiene un título universitario
de carácter superior -algo también muy digno, pero que a ella parece
avergonzarle- y cuyo currículo laboral es manifiestamente mejorable.
A pesar de lo cual, por dormir en el colchón
en el que duerme, parece que se considera por encima del bien y del mal y,
desde luego, del resto de los mortales. Pero el juez encargado de instruir el caso
Begoña le ha bajado los humos y le ha indicado que todos los españoles son iguales ante la Ley. Una obviedad en la que, como parece ser algo limitadita,
quizá no hubiera caído.
O quizá sea porque se le evitó el paseíllo
en su primera declaración, y el Decanato de Madrid decidió volver a estudiar si se obraba de igual manera en su segunda declaración, que tendrá lugar hoy
mismo.
Si a Iñaqui Urdangarín, otro ciudadano particular que medró gracias a la persona con la que compartía lecho, le hicieron hacer el paseíllo, no veo a santo de qué a esta profesional honesta se le conceden tantas prebendas.
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