El psicópata de la Moncloa y su media naranja -¿limón, pomelo, mandarina, lima? A saber el cítrico que será- son despóticos, autoritarios, sectarios, aprovechados, horteras… son, en palabras de un amigo mío, de esos que se creen mierda y no llegan a pedo.
Probablemente arrastren un complejo de
inferioridad o una frustración que no puedan soportar. En el caso de Begoña, puede
que sea por la profesión poco lucida de su padre, o por su incapacidad para
culminar unos estudios superiores dignos de tal nombre. En el caso del padre
(putativo) de sus hijas, quizá sea que no fuera un figura del baloncesto, que
no le caiga bien un traje a pesar de tener buena percha o el modo en que todo
indica que ha conseguido una titulación universitaria superior a la de su
esposa.
El caso es que este par de dos, en cuanto
hubieron ordenado el cambio de colchón del dormitorio principal de su
residencia oficial -en puridad, de la residencia oficial de ÉL, ella
está allí sólo por ser su cónyuge-, se creyeron los reyes del mambo, con
derecho a todo. Y tan pronto se cogen una aeronave oficial para ir a un
concierto privado como se colocan en el besamanos al lado de Sus Majestades los
Reyes de España, a quienes Dios guarde muchos años.
Y la penúltima fue que la defensa de la presunta
traficante de influencias solicitara al juez que la declaración de su defendida
se efectuara grabando sólo el audio, no el video, para evitar el uso inadecuado
de las imágenes. Si fuera la eminencia que dice que es, y la inocente que
dicen que es, no importaría que se grabara a la susodicha expresando elocuentemente
lo honesta profesional que es, Sin Vocales dixit.
Va a ser que no es ni una cosa ni la otra. Cosa
que, por otra parte, algunos teníamos meridianamente clara.
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