Hay dos tipos de personas, o personajes públicos: las que pueden salir a la calle sin que les piten, y los que no. Y, dentro de estos últimos, hay a su vez otras dos categorías: los que tienen los redaños de salir a la calle y los que buscan cualquier excusa, subterfugio o artificio para que sus delicados tímpanos no sufran semejante castigo, aunque se coja antes a un mentiroso que a un cojo y sus triquiñuelas queden al descubierto, aumentando el ridículo (y a buen seguro, su enfado, pues los cobardes
Entre los últimos de los mencionados se encuentra
el psicópata que preside la mesa de reuniones del desgobierno socialcomunista
que tenemos la desgracia de padecer. Sobre soberbio, grosero y maleducado,
resulta antipático. Estoy por asegurar que no le cae bien a nadie, ni siquiera
a quien comparte (presuntamente) con él el colchón que se apresuró a cambiar no
bien puso pie en la residencia oficial de la segunda autoridad del Estado.
Y por eso, cada vez que sale a la calle lo
hace rodeado de un dispositivo de seguridad desmesurado, y que mantiene a la
gente alejada de él. Lo que no evita, sin embargo, que le indiquen que por
siete votos tiene el culo roto, o que le piten y le griten que Almaraz no se
cierra cuando visita Navalmoral de la Mata.
Si es que no saben apreciarle en lo que vale, pensará el mastuerzo. Al contrario: le aprecian exactamente en lo que vale, en nada.
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