Los seres humanos somos imperfectos, falibles. Por lo tanto, por mucha buena voluntad que se ponga al contar cualquier cosa, es bastante probable que, siquiera involuntaria o inconscientemente, se tienda a presentar las cosas de un modo favorable al que cuenta los hechos.
Esto, suponiendo una, llamémosle así,
honestidad intelectual. Probablemente nadie lo expresó de un modo tan franco, y
a la vez tan cínico, como Winston Churchill, cuando dijo -no he logrado
encontrar la cita exacta- que la Historia le trataría con benevolencia,
especialmente porque tenía la intención de escribirla él mismo.
Ahora bien, si quien emite las declaraciones
es una persona o un grupo que, simplificando los términos, podemos considerar malvado
-como los fascistas o los comunistas, los terroristas o los fundamentalistas-,
esas declaraciones deben ser puestas en cuarentena, y quien las tome en serio
con espíritu acrítico debe ser considerado un malvado o un necio.
Es lo que ha ocurrido con las cifras de
fallecidos palestinos en el conflicto entre Israel y los grupos terroristas:
las que provienen de fuentes palestinas se han demostrado exageradas (siendo
suaves) y profundamente falsas.
Ha sido el caso de sendos vídeos en los que dos
adolescentes que parecen a punto de llorar repiten exactamente el mismo
discurso desesperado, punto por punto y coma por coma, con el mismo escenario
de fondo y hasta evidentes parecidos físicos.
¿Causalidad? No lo creo…
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