Dijo don Manuel Fraga Iribarne que un socialista es alguien capaz de afirmar una cosa y la contraria y sostener que ambas son ciertas y, además, progresistas.
Tal afirmación podría extrapolarse a todos
los marxistas en general. También podría afirmarse que un marxista es alguien
que predica una cosa y practica la contraria; o, dicho de otra manera, que impone
a los demás una línea de conducta que él no sigue.
Y esto es así a todos los niveles y en todos
los órdenes de la vida. Un marxista condenará la prostitución pero, a la que te
descuidas, visitará casas de lenocinio o confraternizará con mujeres de moral
dudosa (siempre me ha hecho gracia esta expresión: cuando se califica a una
mujer con ese epíteto es porque se está seguro de su moral, o de la laxitud de
la misma). Un marxista condenará la acumulación de riqueza y defenderá el
reparto de la misma, pero se dedicará a acaparar cuantos bienes materiales
pueda. Un marxista condenará el hecho de que la esposa de un político entre en
política, pero a la mínima ocasión colocará a la suya en todos los puestos de (i)
responsabilidad que pueda. Un marxista defenderá la igualdad de todos, pero
privilegiará a unos y perjudicará a otros. Un marxista abanderará la libertad
de expresión, pero perseguirá inmisericordemente a todos aquellos que osen
criticarle.
Una marxista, en fin, justificará la exclusividad
de los médicos de la sanidad pública apelando a conflictos de interés y dirá
que "No puedes ser jefe en dos sitios a la vez. Lo entiende cualquier
persona… pero buscará gestionar dos despachos, el del ministerio de Sanidad
y otro como cargo en el Comité Ejecutivo de la Organización Mundial de la Salud.
Máxime cuando la susodicha es bastante MeMa…
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