martes, 18 de febrero de 2025

Reflexiones atemporales CCXLVII – Derecho a discrepar

En el colegio, en primero y segundo de BUP, tuve un profesor de Lengua y Literatura que, cuando sacaba a un alumno a la tarima para preguntarle la lección, y el alumno comenzaba diciendo creo que…, le cortaba señalando creer sólo se cree en Dios, lo demás o se sabe o no se sabe. Innecesario es decir que el alumno, casi indefectiblemente, contestaba pues no lo sé.

Esa ha sido una de las máximas en mi vida: creer sólo creo en Dios, lo demás o lo sé o no lo sé. O, por mejor decir, estoy convencido (por no emplear creo) de saberlo o no lo estoy. No es que diga que pretendo estar siempre en lo cierto -aunque cuando hago una afirmación es porque pienso que dicha afirmación se corresponde con la realidad-, así que, ahora que nadie me lee, admitiré que en ocasiones, pocas, puedo estar equivocado. Como suelo decir, yo no me opongo a que los marxistas defiendan su ideología, a lo que me opongo es que la lleven a la práctica.

Hablando en serio, yo no pretendo imponer mis ideas a nadie, aunque en general esté convencido de que son más ciertas y mejores que las de los demás. Por esa misma razón, no tolero que nadie pretenda imponerme sus ideas, y menos si esas ideas me parecen ridículas, estúpidas, malvadas, inútiles o varias (o todas) de las cosas anteriores a la vez.

Y, sin embargo, suele ser precisamente esa gente la que descarta las ideas que no coinciden con las suyas: las consideran erróneas, molestas, hirientes, sectarias, seguidistas, borreguiles… Sí, me ha pasado.

¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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