De acuerdo con la definición de Manuel Fraga Iribarne, un socialista es alguien capaz de afirmar (simultánea o sucesivamente, añado yo) una cosa y la contraria y sostener que ambas son ciertas. Algunos agregan además la apostilla y progresistas.
En un lenguaje más llano, podría decirse que
no te puedes fiar de alguien de la mano y el capullo, porque sus convicciones
son marxistas, sí, pero de las de Julius: si no les convienen las que tienen,
cogen otras. O, en palabras del psicópata de la Moncloa, cambian de opinión.
Por eso, la queja de los jotaporcatos
suena tan (poco) sincera como la del policía de la película Casablanca que,
al hacerse pública la existencia de un casino en el café de Rick exclamó
aquello de ¡Qué escándalo! ¡Aquí se juega!, para luego recoger sus
ganancias.
Que alguien tan acostumbrado al doble juego,
el engaño, la mentira y, en general, el nulo respeto a la palabra dada como son
los secesionistas catalanes se queje de que el desgobierno socialcomunista que
tenemos la desgracia de padecer no ha cumplido con nada de lo acordado es peor
que un sarcasmo.
Es un insulto a la inteligencia.
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