Dentro del colectivo ecologista podríamos distinguir dos grupos: el de quienes creen sinceramente en lo que dicen y por lo general actúan en silencio, y el de aquellos que hacen mucho ruido pero a los que realmente les mueven objetivos espurios o, peor aún, actúan así por puro postureo.
Determinar quien pertenece a este grupo es
sencillo: no es sólo el ruido que hacen, sino la incoherencia entre sus
palabras y sus actos. Los ejemplos son legión: Albert Gore, Leonardo di Caprio,
el psicópata de la Moncloa… dicen estar preocupados por el medio ambiente y el
planeta, pero viajan en aviones privados y consumen energía como si no hubiera
un mañana.
Y luego, claro están, tenemos a los
burócratas de Bruselas, que no sólo se dedican a pegar tiros en el pie de
aquellos cuyos intereses deberían defender -los propios ciudadanos de la Unión Europea-,
sino que además lo hacen por razones no ecológicas.
Hace un par de semanas, el Tribunal de
Justicia de la Unión Europea reconoció que el fungicida Mancozeb se prohibió por motivos ideológicos, y ha vuelto a legalizarlo cuatro años después. Y yo me
pregunto una cosa.
¿Alguien va a resarcir a los perjudicados -no sé, por ejemplo los agricultores- los daños que han sufrido?
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