Cuando se examina un conflicto bélico, sea cual sea su intensidad, se tiende a considerar a uno de los bandos como los buenos y a otro como los malos.
Con todas las salvedades, en general quien da el primer golpe es a quien podríamos considerar como malvado, puesto que el otro bando se limita, en principio, a defenderse.
Esto no siempre es así,
claro: en las guerras de independencia -habría que llamarlas de emancipación,
lo que dejaría fuera a la guerra de independencia española- podría considerarse
que la potencia opresora es la mala, y que el colectivo que se levanta
en armas serían los buenos, por más que sus métodos puedan resultar cuestionables
en ocasiones.
Tampoco, aunque se diga que la Historia la
escriben los vencedores, puede afirmarse que al final siempre ganan los buenos.
En las guerras de expansión de imperios, los agresores buscan imponer su
voluntad sobre los agredidos, resultando indiferente que la sociedad de los
agresores sea más avanzada -incluso más civilizada- que la de los
agredidos y, por lo tanto, pueda suponer una mejora para la población en
general. Los romanos no fueron los buenos al invadir la isla de Gran
Bretaña, como tampoco lo fueron los normandos cosa de un milenio después.
La cosa ya se torna peliaguda cuando no cabe
discernir claramente entre vencedores y vencidos. Es el caso del episodio más
reciente del enfrentamiento entre israelíes y musulmanes, estos últimos representados
por el grupo terrorista Hamás. Hace año y medio los palestinos, en una orgía de
violencia y sadismo, lanzaron un ataque contra la población civil en el que
torturaron, violaron y mataron, además de apresar a centenares de rehenes.
Paso a paso, poco a poco, los israelíes
devolvieron el golpe. No les importó la opinión internacional, como no les ha
importado desde que consiguieron su independencia, porque saben que cualquier
paso atrás es un paso hacia su desaparición. Y, a pesar de todo, sus ataques (al
menos para quienes pensamos que son los buenos) han sido
mayoritariamente quirúrgicos, destinados a eliminar a los terroristas y a nadie
más. Las víctimas civiles que ha habido -aunque se hace difícil diferenciar
entre terroristas y civiles, cuando estos últimos se alegran tanto por los
crímenes de los primeros y proclaman, orgullosos, que lo volverán a hacer- lo
han sido porque los terroristas -cobardes por definición- los han utilizado
como recursos humanos.
Ahora se ha alcanzado un alto el fuego. No un
acuerdo de paz porque cuando una de las partes está decidida a acabar con la
otra -eso es genocidio, y no lo que dicen la giliprogresía
internacional-, tal cosa es imposible. Como ha dicho el ministro de Exteriores
israelí, es un acuerdo doloroso porque Israel tendrá que soltar a
terroristas y asesinos peligrosos. Que, como he dicho un poco más arriba,
volverán a hacer exactamente lo mismo a la más mínima oportunidad que tengan.
Y todo esta parrafada es por un simple comentario. Según la fuente que consultes, los muertos (por el lado palestino, claro, los israelíes no cuentan) oscilan entre cuarenta y sesenta mil. Una diferencia del cincuenta por ciento es un margen que ni Tezanos. A ver si se ponen de acuerdo.
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