La izquierda española -o sus políticos- ha sufrido en el último medio siglo un proceso de erosión intelectual que hace que cualquier personaje de un chiste de Lepe parezca, a su lado, toda una eminencia en cualquier rama del saber, una especie de polímata del Renacimiento.
Nada extraño tiene tal situación, puesto que
los izquierdistas de hace cincuenta años se habían formado en el sistema
educativo del franquismo -que sería lo que fuera, pero que educaba-, mientras
que los actuales se han (de) formado en el caos educativo de las sucesivas
leyes sobre la materia que ha excretado la izquierda.
Así las cosas, o se atribuyen méritos que son
de otros, o pretenden descubrir la rueda, o pintan una realidad que no se
corresponde ni con la que vivieron sus abuelos, o -lisa y llanamente- defienden
medidas que son innecesarias por superadas.
Es el caso de la tucán de Fene, embarcada en
la reducción de la jornada laboral y el aumento del salario mínimo
interprofesional, medidas ambas en las que tiene el apoyo incondicional de los
dos sindicatos apesebrados.
La penúltima ha sido decir que es vital reducir la jornada semanal a treinta y siete horas y media. Muy bonito, muy justo un avance sólo comparable a la abolición de la esclavitud… si no fuera porque en España la jornada semanal media es de treinta y una horas y doce minutos.
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