Desde siempre, los llamados sindicatos más representativos han sido meros apéndices de los respectivos partidos políticos, UGTT de los de la mano y el capullo y CCOO de los de la hoz y el martillo; aunque, dada la irrelevancia cada vez mayor de los comunistas y la imperiosa necesidad de subsistir, los segundos se han ido aproximando a los primeros.
Desde hace ya bastante, no representan a
nadie salvo a sí mismos y, si se me apura, a sus cuadros dirigentes y liberados.
Su capacidad de convocatoria es tan ínfima como su espíritu crítico con el
gobierno cuando éste es de izquierdas.
Pero lo que ya ha sido un esperpento fue la
reacción de ambos sindicatos cuando el Partido Popular votó en contra de la convalidación
del decreto omnibús en el Congreso de los Diputados: convocaron una
marcha… contra la oposición. Marcha a la que no fue ni el tato porque, como
dijo el del pañuelo palestino, apenas habían tenido tiempo para organizar la
cosa.
¿No será que ya no engañan a nadie?
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