lunes, 3 de febrero de 2025

Despotismo iletrado

El psicópata de la Moncloa se molestó cuando en sede parlamentaria se le calificó de autócrata. Probablemente, porque reconoció -siquiera en su fuero interno- lo acertado de la definición.

Los políticos, al menos los españoles recientes, soportan bastante mal -por ser suaves- que se les lleve la contraria. Esto es predicable tanto de los de derechas como de los de izquierdas (con la posible excepción de Mariano Rajoy, cuyo tancredismo se resiste a cualquier definición), aunque (a nadie le sorprenderá que diga esto) es más acusado en los de izquierdas. Los de derechas no lo hacen tanto -aparentemente-, pero tampoco toman ninguna iniciativa para revertir el estado de cosas.

Ya con Felipe González empezó la colonización de todas las instituciones del Estado -salvo, quizá, la Corona-, con mayor o menor disimulo: de Radio Televisión Española al Tribunal Constitucional, del Consejo General del Poder Judicial a la Fiscalía General del Estado, primaba más la afinidad ideológica (cuando no el servilismo descarado) que la cualificación profesional.

Con el rodrigato la cosa fue un suma y sigue. Y el epítome ha sido el sanchismo, para nada una novedad, sino una versión corregida y aumentada de todo lo anterior, tanto en el ansia liberticida como en el dejarse de zarandajas e ir a saco a por todo.

Hace un par de semanas, el desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer forzó la salida del presidente de Telefónica -¿por qué no se resistió?- y colocó al de Indra… a quien ya había colocado precisamente en Indra.

Y, como nos toman por idiotas, todavía pretendieron justificar la medida acudiendo a pretextos que podría inventar un niño de tres años… y que no se creería uno de dos. Fue Petisú quien defendió el movimiento, diciendo que ya tocaba renovar Telefónica.

Eso, digo yo, tendrían que haberlo decidido los accionistas, ¿no?

¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!

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