El marxismo predica la igualdad de toda la sociedad, sin privilegios ni clases sociales. Eso, en la teoría. En la práctica, todos los regímenes marxistas han tendido a favorecer a unos pocos privilegiados que han devenido endogámicos.
Esto vale para los Ortega en Nicaragua, los
Castro en Cuba, los Chávez/Maduro/Rodríguez en Venezuela, los Perón/Kirchner en
Argentina, los Ceaucescu en Rumanía… la lista podría seguir y seguir, pero no
voy a hacerlo.
Porque a quien me quiero referir es al
psicópata que preside el desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia
de padecer. No sólo ha llevado la confusión entre lo público, lo particular del
partido y lo privado propio hasta límites no alcanzados por sus predecesores
del partido de la mano y el capullo (recordemos los casos de Juan Guerra o de Carmen
Romero entrando en política… aunque vendrán los de la izquierda a mencionar el
caso de Ana Botella, a lo que puede contraatacarse con el caso de Irene
Montero), sino que el nepotismo al colocar a amigos y familiares roza lo obsceno.
Y a principios de este mes nos enteramos de que quiso hacer secretario de Estado de Deporte al monitor de esquí de sus hijas. Y si la cosa no fraguó no fue por un prurito de decencia del resto del partido -por lo demás, completamente sometido a los designios del líder único-, sino porque los acuerdos con otras familias del PSOE exigían que algún cargo no fuera para los amigos personales del presidente.
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