Uno de los políticos populares mejor valorados, tanto por propios como por extraños, era el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida.
Su desempeño discreto y
poco dado a estridencias, al tiempo que eficaz, tanto durante la pandemia como
con Filomena, hizo bastante difícil que sus adversarios (externos, pero
también internos -como dijo Konrad Adenauer, Hay tres tipos de enemigos: los
enemigos a secas, los enemigos mortales y los compañeros de partido; como
señaló Giulio Andreotti, En la vida hay amigos, conocidos, adversarios,
enemigos y compañeros de partido-, y uno no sabe cuáles tienen más peligro)
encontraran argumentos para atacarle.
La cosa empezó a
torcerse (le) cuando aceptó el puesto de portavoz nacional del PP: desde fuera,
ya que no podía atacársele por su actuación como primer edil de la Villa y
Corte, se iba contra él en tanto que hombre de partido; desde dentro,
porque eso le colocaba, en cualquier posible conflicto o controversia, del lado
de la dirección nacional (al modo de Bertrand du Guesclin, ni quitaba ni ponía,
pero apoyaba a quien le había nombrado para el puesto).
Por eso, cuando hace un par de semanas empezaron a arreciar los vientos de que la pugna de Casado contra Ayuso se encaminaba a un desenlace definitivo y no pacífico, el portavoz anunció… que quería dejar de serlo.
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