Como dijo Winston Churchill, un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema. En este sentido, dentro de las cúpulas dirigentes de las formaciones de izquierda española los fanáticos son mayoría, en relación con el sedicente cambio climático.
Porque sacan el mantra a
pasear cada dos por tres -el desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia
de padecer tiene hasta un ninisterio para la transición ecológica,
aunque no dice de qué ni hacia dónde-, pero cuando la realidad les muestra la
cruda verdad de los hechos siguen emperrados en sus consignas erradas y en sus
soluciones fallidas.
Cosa que no ocurre en
otros países. Asumiendo que la emisión de gases de efecto invernadero sea un
factor causante, o siquiera coadyuvante, del calentamiento global, lo lógico
sería plantearse el uso de alternativas que eliminaran o redujeran dicha
emisión. Y hoy por hoy, mientras llega la fusión nuclear -limpia, inagotable…
perfecta (aparentemente)-. la única posibilidad viable es el recurso a las
centrales nucleares de fisión. Posibilidad que la izquierda española rechaza de
plano, pero que en Bélgica contemplan de otra manera: han cambiado de opinión,
y se plantean abandonar el plan de cierre nuclear.
En cuanto a la derecha española, no son fanáticos, sino maricomplejines: puede que quieran cambiar de opinión, pero no se atreven a manifestarlo, mucho menos a hacerlo.
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