Cuando George Orwell escribió Rebelión en la granja y 1.984 -nunca me lo había planteado así, pero podrían considerarse como las dos partes de un díptico-, lo que hizo fue narrar, respectivamente, el origen de la revolución bolchevique y la deriva probable de los movimientos totalitarios surgidos hace ahora un siglo.
Y hay que decir que, si
en lo primero mostró una agudeza encomiable, en lo segundo se asoma una
presciencia casi sobrehumana. Exagero, claro -bastaba con llevar las cosas al
extremo-, pero la frase me ha quedado de dulce.
Porque resulta que la
Universidad de Northampton catalogó, a principios de año, la segunda de las
obras citadas como ofensiva, porque contiene material explícito,
ya que sus contenidos abordan temas desafiantes relacionados con la
violencia, el género, la sexualidad, la clase, la raza, los abusos, el abuso
sexual, las ideas políticas y el lenguaje ofensivo.
Se ve que a la blandita generación actual no le van los desafíos, o eso parecen pensar las autoridades académicas de según que centros del saber.
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