La izquierda española está tan acostumbrada a hacer y decir lo que les da la real (o republicana) gana, que ya no paran en barras. Hace justamente un par de meses, un concejal neocom de la capital de Aragón llamó carapolla al alcalde de Madrid, diciendo que iba a decir 'carapolla', perdón, del señor Almeida.
No es que el insulto sea
grave, como señaló el aludido, aunque sí grosero, como también señaló el aludido.
Puestos a ser, no insultantes, sino descriptivos, podría decir que el portavoz en
el Congreso de los neocom tiene el cuerpo tan retorcido como el alma;
que la ninistra de Lomismodá ha llegado a donde ha llegado por
acostarse con quien se ha acostado; que el Chepas promociona a sus
amantes y luego las da de lado; que el primer ministro de España es un psicópata
de manual; o que a la ninistra de Hacienda cuesta entenderla incluso
aunque el Espíritu Santo conceda el don de lenguas.
Y si se me ofenden, con pedir perdón, aunque no sea de corazón, arreglado, ¿no, maño?
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