Los políticos, así en general, son gente más bien poco humilde. Cuando muestran modestia, esta suele ser fingida. Como posible excepción se me ocurre sólo el uruguayo José Mujica.
En el caso de los
españoles, y quizá desde la desaparición de Leopoldo Calvo-Sotelo -que, más que
modesto, era gris (no en lo intelectual: probablemente haya sido el más
brillante de todos los primeros ministros de la democracia)-, no hay ni uno; en
la izquierda, menos aún.
Por eso, leer -en
diagonal, no fuera a ser que me diera un sangrilá, que dice una amiga
mía- una entrevista a Egolanda me provocó hilaridad. Tras ser descrita
como feminista, comunista -no estalinista- y entusiasta de la moda por
el diario, la susodicha declaró -es de suponer que en el marco de su iniciativa
para ser califa de izquierdas en lugar de los califas de izquierdas- que me
da miedo despertar demasiadas expectativas.
Le recomendaría que no se preocupe por eso. Expectativas levanta pocas, y ninguna buena.
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