Los políticos suelen arrogarse el hablar en nombre de la gente. Esto quizá sea así en el caso de democracias representativas reales. En aquellas que sólo lo son de nombre, los políticos suelen proyectar en el pueblo sus propias ideas, en el sentido de que proclaman que la gente piensa lo que ellos dicen que piensa.
Es lo que ocurre en
Cataluña -donde la democracia es poco más que una entelequia, por más que se
vote cada dos por tres, legal o ilegalmente- desde hace casi medio siglo. Los políticos
secesionistas dicen que los catalanes quieren la independencia. Pero el hecho
es que cada vez menos gente se manifiesta a favor de la separación de España.
Incluso descontando la llamada mayoría silenciosa, el hecho es que, por lo que sea, el apoyo a la independencia cae sin parar. En el último sondeo realizado por el instituto sociológico regional (lo que llaman el CIS catalán), sólo el 38,8% apoyaba la independencia: el dato más bajo desde 2.015.
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