Hablar de cambio climático es una redundancia, puesto que el clima es, en esencia, cambiante.
Hablar de calentamiento global es
una obviedad, pues nadie puede negar que en los últimos tiempos las
temperaturas medias están subiendo.
Ahora bien, hablar de la
responsabilidad del ser humano en ese calentamiento global -en el sentido de atribuirle
la mayor cuota de la misma- entra dentro de la temeridad. Y no porque, como me
dijo en cierta ocasión un conocido (progre) considere que, por ser creyente,
pienso que Dios lo hizo todo perfecto y nada puede estropearlo. Más bien, al
contrario, como soy creyente, soy también consciente de la insignificancia del
ser humano en el esquema general de las cosas, además de que el hombre podrá
hacer la tierra inhabitable (o inhóspita) para su propia pervivencia (algo en
lo que tiene una larga experiencia) pero, como dijo alguien alguna vez, la vida
encuentra siempre el modo de abrirse camino.
Y hablar de la inminencia e irreversibilidad
de la emergencia climática cae, directamente, dentro del rango de la
incoherencia. No sólo porque, si es irreversible, da lo mismo lo que hagamos
para intentar revertirla, detenerla o siquiera retardarla; también porque
llevan tanto tiempo diciendo que el mundo se va a acabar al día siguiente, y el
día después del siguiente el mundo sigue aquí, que nadie debería ya creerlo o
tomarlo mínimamente en serio.
Cómo serán las cosas que hasta hay ecologistas que empiezan a admitir que no hay emergencia climática…
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