Cuando los neocom no eran más que una pandilla de perroflautas que ocupaban las calles y plazas -de las localidades gobernadas por el PP, por supuesto- proclamaban una acendrada adscripción a los principios y una adamantina defensa de la gente.
Pero hete aquí que cataron poder
y se volvieron casta, con todos los vicios inherentes a la misma. Y su
marxismo pasó de girar alrededor de Carlos para hacerlo alrededor de Julius,
aquel que dijo en una película estos son mis principios; si no le gustan, tengo
otros.
Cuando vieron que les precipitaba
al basurero de la historia -del que nunca debieron salir- su propia versión renovada
-es decir, el cocuquismo-, proclamaron resistir hasta el último hombre
en defensa de sus principios… pero cuando vieron que la derrota era inevitable,
cedieron, aunque poniendo la línea roja de que la marquesa de Villa Tinaja tenía
que repetir al frente del ninisteroo de Lomismodá.
Y cuando han visto que es Egolanda
la que tiene la sartén por el mango y corta el bacalao, se han humillado una vez más, y ya no consideran la repetición de la calientacamas como una
línea roja.
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