En su afán de contentar a cualquier precio a los enemigos internos de España -sus colegas, pues los de la mano y el capullo siempre han sido enemigos de España y de los españoles-, el psicópata de la Moncloa, auxiliado por la madame dipsómana y fiestera, ha permitido el uso de las lenguas regionales en el Congreso de los Diputados.
Para ello, sus señorías han tenido
que utilizar pinganillos cuando alguno de sus colegas rebuznaba en un idioma
que no fuera el español… y, la verdad, pudiendo rebuznar en español, uno no ve
a santo de qué hacerlo en otra lengua. Máxime cuando por los pinganillos lo que
salía era la traducción al español, no a las demás lenguas.
En un gesto teatral, los
diputados de Vox dejaron sus pinganillos en el escaño vacío del psicópata y se
marcharon del Pleno. ¿Y dónde se encontraba el presidente en funciones del
disfuncional desgobierno socialcomunista en funciones que tenemos la desgracia
de padecer? Pues de viaje a la ciudad de los rascacielos -aunque prácticamente cualquier
urbe de cierta entidad tiene varios de esos edificios, cuando se emplea ese
epíteto todo el mundo sabe que estamos hablando de la metrópoli que hace siglos
se denominaba Nueva Ámsterdam-, para pronunciar un discurso de menos de tres minutos ante la asamblea general de la Organización de las Naciones Unidas. Para
ello se llevó un séquito de cien asesores, prácticamente a uno por cada segundo efectivo de
alocución.
Mientras, la Unión Europea echaba por tierra el plan exprés de Sin Vocales para hacer cooficiales también
al otro lado de los Pirineos el catalán, el gallego y el vascuence (manía de
llamarlo eusquera). Porque, si lo hicieran, detrás vendrían el corso, el
galés, el gaélico escocés, el bretón y Dios sabe cuantas jerigonzas más.
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