Hubo un tiempo en que los referentes de la extrema izquierda española -Marcelino Camacho, Julio Anguita, hasta Gerardo Iglesias- eran, en general, gente a la que podías respetar en lo personal, por más que discreparas de ellos en lo político. Eran básicamente honrados, sinceros aunque equivocados, consecuentes y, sobre todo, trabajadores.
En cambio, la hornada actual está
trufada de gente profundamente perezosa: el Chepas dejó el desgobierno
socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer, no para frenar a Isabel
Díaz-Ayuso (que ya vimos cómo le fue), sino porque le molestaba tener que dar
algún que otro palo al agua; el becario ubicuo… pues eso, que cobraba la beca
pero no se presentaba en la facultad en la que se suponía que debería estar; la
marquesa de Villa Tinaja y toda su patulea son más aficionadas a coger
el Falcon y pegarse un viajecito a Nueva York (es de suponer que querrán
conocer el Imperio para mejor combatirlo… digo yo) que a trabajar por la
verdadera igualdad (vistos los engendros legislativos -y sus consecuencias- que
pergeñan cuando trabajan, casi mejor que sigan viajando); y en cuanto a
Alberto Garzón, salvo conspirar para cargarse casi cualquier sector de la
economía española, no se le conoce actividad ninguna.
Y luego está la tucán de Fene,
que entre memeces diversas y peluquerías varias debe estar tan ocupada que ha
manifestado su deseo de dejar el ninisterio del Paro… pero continuar
siendo vicepresidente. Porque lo que quiere es un ministerio económico,
y el psicópata de la Moncloa no es tan estúpido -ni está tan desesperado- como
para dárselo a una comunista.
Aunque sea cocuquista.
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