Cuando John Grisham comenzó a publicar, iba prácticamente a éxito por novela: Tiempo de matar, La tapadera, El informe pelícano, Cámara de gas, El cliente… Probablemente, ello se debiera a una combinación de tres factores: el buen oficio del escritor, la novedad del género del thriller judicial… y las adaptaciones cinematográficas de esas novelas, todas ellas con actores de primera fila.
Con el tiempo, dejaron de hacerse
(tantas) adaptaciones a la gran o a la pequeña pantalla, el autor probó en
otros géneros, y la novedad disminuyó. Sin embargo, una novela de Grisham es
sinónimo de entretenimiento, al menos para mí.
Hay que reconocer que esta en concreto no será la bomba -que está escrita con el piloto automático, o casi-,
pero se lee en un suspiro, y entretiene. Poco más que decir de ella, salvo que
no me queda claro si el título original (The Rooster Bar) se refiere a
un bar o a un abogado (barrister).
Y, como siempre, Grisham deja
caer sus opiniones políticas pero, al menos, no te las arroja a la cara, como
hace Stephen King.
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