Los ecolojetas -esto es, los ecologistas de salón- tienen sobre la conservación del medio ambiente la misma idea aproximada que yo sobre, por ejemplo, la mística sufista. Es decir, aproximadamente, ninguna.
Defienden, por ejemplo, el coche
eléctrico como solución al problema de la contaminación generada por los
motores de combustión interna, obviando dos pequeños problemas: el
primero, que la infraestructura necesaria para que un parque automovilístico
electrificado fuese viable no existe, ni es previsible que pueda existir a
medio plazo o, al menos, en los plazos que han marcado las autoridades; el
segundo, que la fabricación de esos vehículos eléctricos -específicamente, de
las baterías que necesitan- es mucho más contaminante que la de los coches de
toda la vida.
Pero es que, en otro orden de
cosas, se ha publicado un estudio -hay estudios para casi todo, basta con poner
pasta suficiente- que señala que las bolsas biodegradables son más tóxicas que
las de plástico convencional. ¿Y por qué? Según el citado estudio, la
hipótesis es que los fabricantes añaden aditivos químicos para elaborar las
bolsas biodegradables, aditivos que podrían ser especialmente tóxicos.
Para rematar la faena, resulta
que las bolsas de plástico reciclado también mostraban mayores niveles de
toxicidad que las convencionales, por la misma razón: la adición de (valga la
redundancia) aditivos plásticos para su reutilización.
Y es que los mundos de Yupi
sólo existen en la tele, niños…
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