El desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer es un conjunto de sinvergüenzas sin vergüenza. Es decir, de individuos capaces de hacer, literalmente, cualquier cosa para que el psicópata de la Moncloa siga detentando el poder, sin que les aparezca el más mínimo rubor ni les suponga el menor menoscabo en su amor propio.
Si hay que arrastrarse delante de
las autoridades europeas para pedir un imposible -puesto que atender a
semejante petición abriría una caja de Pandora (o de los truenos) que
resultaría devastadora e imposible de volver a cerrar-, pues uno se arrastra. Si
hay que escuchar a un fugitivo de la justicia agradecer los esfuerzos al
tiempo que exige más diligencia al primer ministro del país, pues
se le escucha.
Lo malo es que, parafraseando a
Lincoln, es imposible tener contentos a todos toto el tiempo. Y si les haces
cucamonas a los de la barretina, los de la boina se ponen celosos, y señalan que
priorizar el dialecto del occitano que se hablaba en Barcelona no facilita
una investidura.
Y es que hay cosas que resultan imposibles hasta para un embustero patológico como Sanchinflas.
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