Al modo del celebérrimo juicio de Salomón, para saber si un político español es de izquierdas o de derechas basta con que se le ponga en la tesitura de decidir a su favor, aunque vaya contra el interés general, o de decidir a favor del interés general, aunque vaya en contra de sus intereses particulares.
En el segundo caso -por convicción, por
complejo, por lo que sea-, casi seguro que es de derechas. En el primero, de
manera ineludible tiende a ser de izquierdas (o separatista regional, con los
que tienen tantos puntos de coincidencia que casi parecen hermanos separados al
nacer).
Tomemos el ejemplo de la bruja Piruja,
que sin haber encabezado nunca la lista más votada fue durante dos legislaturas
alcaldesa de la ciudad condal (para desgracia de sus habitantes). Tras las
últimas elecciones municipales, los del charrán decidieron apoyar a los de la
mano y el capullo, para que no hubiera un primer edil separatista. Ilusos… en
Cataluña, como en el resto de España, los socialistas no son parte de la
solución, sino del problema.
Despechada, la buena para nada sin oficio ni
beneficio fuera de la política se dedicó a poner todas las piedras que pudo en
el desempeño de las tareas del consistorio, llegando a impedir la aprobación de
los presupuestos, primero los regionales y luego los municipales, al no aceptar el
alcalde integrar al grupo pirujo en el equipo de gobierno.
Y a los ciudadanos, que les den.
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