Los ecologistas sandía siempre se apoyan en un pretendido consenso científico para defender sus posturas. No es que tal consenso exista, pero tampoco es que tenga importancia: había un consenso (por las razones que fuera) en Europa hace quinientos años sobre que la Tierra era, si no el centro del Universo, sí al menos del (entonces no llamado así, claro) sistema solar. Tanto consenso había que el pobre Nicolás Copérnico las pasó canutas, y no digamos ya Galileo Galilei.
Hasta no hace mucho, los ecologistas -y los
políticos cobardes y seguidistas- decían que la energía nuclear era mala. Ahora,
la tendencia política -bien es verdad que por la fuerza de las circunstancias-
va cambiando, al menos de Pirineos para arriba. Como en Suiza, donde el
accidente de Fukushima llevó al país a frenar su sector nuclear y decretar, por
un lado, el cierre paulatino de las centrales del país (que cuenta con tres), y
por otro, la prohibición de construir nuevos reactores.
Ahora, un par de físicos octogenarios han impulsado una recogida de firmas para un referéndum pronuclear que permita construir nuevas centrales. Y es que, en el país del chocolate y los relojes de cuco, el
pueblo siempre ha demostrado tener más sentido común que sus políticos, porque
en las sucesivas consultas populares siempre se han puesto del lado de la
energía atómica.
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