Me repito más que el ajo, pero es que no paran de darme motivos. Y si no me los dieran, probablemente me los buscaría yo, así que da lo mismo.
El marxismo es también denominado socialismo
científico, aunque de esto último tenga bastante poco, si por ciencia
entendemos algo objetivo, experimental, sujeto a correcciones en los postulados
por los resultados obtenidos… lo que ha venido llamándose el método
científico, vamos.
Se trataría, más bien, de lo que podríamos
denominar una religión laica, puesto que tiene una serie de dogmas,
postulados previos y prejuicios a los que se adhiere y que resultan inamovibles
e inconmovibles para sus seguidores, por más que la realidad y las
consecuencias se empeñen en demostrar lo errado de los mismos.
Y, como buena (mala) marxista, la tucán de
Fene sigue empeñada en regular la vida y actividad de los demás. Ese control obsesivo de la gente por parte del poder es tal vez el mandamiento único
en que se resume el marxismo: algunos entienden que dictadura del proletariado
supone que es el proletariado el que ejerce la dictadura; la Historia nos
muestra que, muy al contrario, se ejerce sobre el proletariado, y es éste quien
la sufre.
Pues eso, que Egolanda planteó hace un
mes intervenir el horario de los restaurantes, calificando la actual libertad
de horarios de locura -no le entra en la cabeza que si hay locales de
restauración abiertos a medianoche, es porque hay clientes que los usan, ya que
ningún empresario (privado) monta una empresa para perder dinero- y asegurando
que las jornadas nocturnas implican riesgos para la salud mental.
Que se lo diga a Paquita Alcanfor, asidua visitante de locales de restauración en horarios nocturnos… aunque creo la tercera autoridad del Estado venía así de perjudicada de fábrica.
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