El marxismo es como las religiones a las que tanto critica y a las que aspira a desbancar: una suerte de credo que no se apoya en hechos, sino en dogmas, dogmas que hay que seguir a pie juntillas aunque la realidad induzca a hacer pensar que son irracionales.
Es el caso de la energía nuclear. Para los
ecologistas sandía -verdes por fuera, rojos por dentro- resulta poco menos que
un anatema, la materialización de todo lo que es malo… por más que sea la energía
menos contaminante, más rentable, más segura y con más elementos para contribuir
a paliar o aminorar el calentamiento global, suponiendo (que es bastante
suponer) que el mismo exista y sea, además, antropogénico.
Y como el ecologismo sandía permea el desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer -la alternativa, que operen intereses económicos, es casi peor-, éste está empeñado en cerrar las centrales nucleares, mientras incluso hay ecologistas que las defienden y la comunidad autónoma de Extremadura pide al psicópata de la Moncloa que no cierre Almaraz.
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