La ley de Murphy -que básicamente dice que si algo puede salir mal, saldrá mal- es casi universalmente conocida. Menos conocido es el principio de Peter, que dice que toda persona asciende hasta que alcanza su nivel de incompetencia.
Es posible que no sea tan conocida porque
tiene muchas excepciones. Sobre todo en política, donde hay multitud de ejemplos
que demuestran que, llegado el caso, las personas pueden ir mucho más allá de
su nivel de incompetencia.
A James Carter, por ejemplo, le venía grande
el puesto de gobernador de Georgia, no digamos ya el de presidente de los
Estados Unidos. A Francisco López le quedaba enorme el traje de presidente del
consejo regional de gobierno de Vascongadas, pero es que le sobrepasa hasta el
de portacoz del grupo parlamentario de los de la mano y el capullo en el
Congreso de los Diputados (y que le cambien el nombre si quieren, que pienso
seguir llamándole así).
Y luego está Mónica García, médica, madre y
ministra, a la que cualquier puesto por encima del de buzón de correos le
sobrepasa. Como voceras comunista en la asamblea legislativa madrileña
intentaba ser el azote de la presidente regional, Isabel Díaz-Ayuso, y los
zurriagazos se los llevaba ella una sesión sí y la siguiente también.
Ahora, Peter la ha promocionado a la
política nacional, pero sigue sin saber cuándo mantener cerrada esa bocaza,
sólo comparable (por su tamaño) a la del gran José Sazatornil. Intentando burlarse
del hecho de que Pablo Motos -el grano en el culo de la izquierda patria, sección
programas de televisión- hubiera ido a un centro de bienestar para someterse a
una terapia con plasma frío, Momimema aseguró que las pseudoterapias
sólo tienen efectos en el bolsillo y que pueden poner en riesgo la
salud. ¿El resultado? Que le han interpuesto una querella por delito deodio e injurias.
Chúpate esa. Aunque, al menos en una cosa,
parece que tenía razón: va a tener efectos en el bolsillo. En el suyo,
concretamente.
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