De un día para otro, la postura del psicópata de la Moncloa con respecto al antiguo Sáhara español varió totalmente: de no hacer absolutamente nada, pasó a genuflexarse (¿genuflexerse?) ante el sátrapa alauita, quizá con el objeto de osculearle mejor el tafanario al comendador de los creyentes.
Ante semejante golpe de timón -como he dicho,
antes no hacía nada, así que quizá acelerón sería más ajustado-, muchos
se preguntaron -nos preguntamos- a qué se debió exactamente. Más o menos por
aquella época se supo que los teléfonos móviles del susodicho, de su cónyuge y
de un par de miembros del desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia
de padecer habían sido espiados, y los datos que contenían pirateados.
Sumando dos y dos, se pensó que cuatro era
que habían sido los marroquíes los autores del asalto o que, al menos, en Rabat
tenían conocimiento del contendido de esos datos, que los mismos resultaban
comprometedores para Sin Vocales y que había preferido arrastrarse cual
lombriz que ser desventrado cual puerco.
Y ahora se ha sabido que la Unidad Central Operativa pidió instalar un software de control remoto en el móvil del contacto
de Begoño, y que esto ha hecho saltar las alarmas en Moncloa. Lo cual no
tiene mucha explicación, porque si todo lo que ha hecho la catedrática sin
carrera ha sido perfectamente legal y legítimo, ¿de qué tienen miedo?
A ver si no va a ser todo tan legal…
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