En personas más provectas, que tuvieron que vivir en la opresiva y represora dictadura franquista, donde todo lo que tocara (huy, he dicho tocar) aunque fuera de lejos el sexto o el noveno mandamientos estaba perseguido, criticado y castigado, en esas personas, digo, una preocupación por semejantes materias sería, no digo que admisible, pero sí comprensible.
Lo que ya no tiene tanta explicación -o sí-
es que alguien que acaba de doblar el gozne del medio siglo de vida esté tan obsesionada
con el tema como la tucán de Fene que, mientras su colega de gabinete vociferaba desaforada, se descolgó con la iniciativa de la elaboración de un registro voluntario
y confidencial con la orientación sexual de los parados.
Dejando aparte el hecho de que no se me
alcanza qué carajo tiene eso que ver con el empleo… ¿no se supone que eso
pertenece a la intimidad de las personas?
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