Si algo hay que reconocerles a los secesionistas regionales es que siempre han sido sinceros sobre sus intenciones: buscan independizarse de España en base a no se sabe qué pretendidos antecedentes históricos -entiéndase: sí se sabe cuáles son, pero también se sabe (y ellos los primeros aunque jamás lo admitirían, lo admiten ni lo admitirán) que tales antecedentes son más falsos que un euro de corcho o, ya puestos, la existencia de un otro PSOE, honrado y constitucionalista)-, y mientras lo hacen (e incluso después) tienen la intención de exprimir todo lo que puedan a la metrópoli opresora.
Cuando no veían otra manera, porque en el
gobierno de la Nación había gente con principios, vergüenza, escrúpulos o una
combinación de varios de los factores anteriores, los secesionistas recurrían a
la violencia terrorista, llegando al asesinato (ellos, que ahora se blasonan
como demócratas y respetuosos de los derechos humanos, manda dídimos).
Ahora que en Moncloa se reúne el gabinete con
menos apoyo parlamentario de la Historia reciente de España -probablemente de
toda la Historia, pero no quiero columpiarme-, los secesionistas prefieren
exprimir la teta del desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de
padecer, sabedores que, con un psicópata ayuno de escrúpulos al frente, es muy
probable que lo obtendrán.
Por eso, ahora los terroristas vascos exigen
al psicópata una reforma de los fueros de Navarra para acelerar con su plan de independencia a finales de esta década. Porque, en un error imperdonable -la
configuración general del sistema de autonomías lo es también-, la disposición
transitoria cuarta (que ya está bien una transiciñon de medio siglo) prevé la
posibilidad de incorporarla a Vascongadas.
El ratón comiéndose al león.
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