Si alguien tiene que callar en España sobre delitos y pecados, esa es la izquierda: nació (parlamentariamente) confesando su voluntad de delinquir, ha vivido delinquiendo y morirá, cuando lo haga delinquiendo.
Lo que pasa es que tiene menos vergüenza todavía
que escrúpulos morales, y por ello achaca a los demás -es decir, a la derecha-
las malas acciones que la propia izquierda comente. Y como la derecha, en
general, ha interiorizado los mantras de la izquierda, tiene una especie de
complejo de origen que pocas veces logra superar. ¿Que Alianza Popular fue fundada
por ministros de Franco? Pues en los gobiernos del PSOE participaron personas
que habían sido importantes durante el franquismo, y prácticamente todos los
primera línea del partido en el último medio siglo han sido hijos de gerifaltes
de la dictadura.
Pero el maricomplejinismo ha calado en
general en el partido del charrán, salvo honrosas excepciones. Y esas excepciones
-generalmente mujeres- ponen de los nervios a la izquierda, y contra ellas
dirigen todas sus tretas y artimañas… sin darse cuenta de que, a poco que las
repetidas excepciones resistan, ese ataque no hace sino beneficiarlas.
En el momento presente es Isabel Natividad Díaz
Ayuso, que ocupa la presidencia de la comunidad de Madrid con mayoría absoluta,
quien concita la mayor parte de las iras de la izquierda. Y como bien no tiene
pelos en la lengua, o quien no los tiene es su asesor -tanto da que da lo
mismo: un buen líder no es necesariamente el más brillante, sino el que sabe
elegir a los colaboradores más brillantes-, cada vez que la izquierda abre la
boca lo que obtienen es una réplica inmediata y contundente por parte de la
líder madrileña.
Y en esa guerra sucia -porque es guerra, y es
sucia: la izquierda no sabe lo que es el juego limpio-, el desgobierno
socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer no se para en barras: tan pronto
airea las presuntas comisiones de la pareja de Díaz-Ayuso (que se habrían
cobrado cuando todavía no eran pareja) cuatro horas antes de que se hicieran públicas como le hace una inspección de las que se dan una entre dos millones
(mira que es casualidad), lo que resulta completamente anómalo y demuestra una mala praxis. A esto, Díaz-Ayuso replicó negando el fraude fiscal de su novio y diciendo que era Hacienda quien le debía casi seiscientos mil euros. Que será
verdad o será mentira, pero es un modo de no dar la callada por respuesta.
Los de la mano y el capullo insistieron, sin
darse cuenta de que no era una estrategia muy acertada. Porque cuando el
psicópata de la Moncloa le dijo en sede parlamentaria al jefe de la oposición
que debería obligar a dimitir a la presidente madrileña por las presuntas
irregularidades cometidas por su novio -insisto, cuando todavía no lo era-, no
debió pensar que esa regla de tres le sería aplicable a él, dado que su cónyuge
se está viendo pringada en chanchullos todavía peores; es más, que él mismo
podría verse implicado por un conflicto de intereses del tamaño de su ausencia
de escrúpulos.
También se supo que el ministerio público
ofreció al novio de Díez-Ayuso un pacto para que admitiera dos delitos
fiscales, y después lo retiró. La izmierda ha hecho uso de un escrito en
el que el susodicho admitía los delitos, obviando el hecho de que dicha admisión
es precisamente el único modo de llegar un pacto.
Cuando puse esta entrada en la cola, mi nota al pie fue veremos que queda un mes después, Lo que queda es que Díaz-Ayuso no teme ir a la comisión de investigación del Congreso, y que está dispuesta a cantar lo más grande; que las encuestas dicen que en unas nuevas elecciones aumentaría su mayoría absoluta en cuatro escaños más; y que su novio se ha querellado contra la fiscal jefe de Madrid por una presunta revelación de secretos.
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