Dicen que no hay nuevas historias, sólo nuevas maneras de contar las mismas historias. Por lo tanto, un escritor es bueno si encuentra una manera diferente de narrar algo que ya se conoce. Aunque quizá bueno no sea siempre apropiado; vamos a dejarlo en tendrá éxito.
En este sentido, George R. R. Martin ha
tenido éxito con su saga Canción de hielo y fuego. No sólo ha creado una
trama absorbente -como en el caso de Tolkien y su legendarium, el conocer las
fuentes (escandinavas en el caso del británico) no disminuye un ápice el mérito,
también como en el caso del británico, parece que esto nunca acabará, o nunca
quedará rematado-, sino que ha dejado algunas frases verdaderamente brillantes.
Y no por descubrir la pólvora, repito, sino por explicarla con elegancia.
Una de esas frases la pronuncia Tywyn
Lannister tras una rabieta de su nieto Joffrey (uno de los personajes más
-estoy seguro que intencionadamente- repelentes de toda la saga): Y
cualquier hombre que deba decir "Yo soy el rey" no es un verdadero
rey en absoluto.
En efecto, cuando una persona tiene seguro el
poder, no le hace falta estar proclamándolo continuamente, porque le basta con
ejercerlo. Pero si tiene que estar repitiendo continuamente, de palabra o con gestos
estridentes, que el poder le corresponde a él, es que está dejando de
ostentarlo y empieza a detentarlo.
Esto fue lo que pensé cuando leí el titular de que el bleferóptico con sobrepeso había comunicado a los mil y un tontos de su formación que seguía al frente del partido tras haber fulminado al presidente del consejo regional de gobierno cuyo apellido evidenciaba los orígenes históricos de la región. Si se vio impelido a hacerlo, sería porque daba la impresión de que alguien estaba apresurándose a moverle la silla… ¿no?
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