Los autócratas, en general, creen tenerlo todo siempre atado y bien atado. También en general -al fin y al cabo, son humanos, aunque tiendan a considerarse por encima de la media- cometen errores, y siempre dejan algún cabo suelto por donde acaba deshaciéndoseles el tapiz tan cuidadosamente tejido.
Es el caso del psicópata de la Moncloa, que
ya dejó bastante claras sus intenciones liberticidas en aquella infausta
entrevista televisiva, cuando preguntó retóricamente de quién dependía el
Fiscal General del Estado. Probablemente, confiado en el principio de
jerarquía, creería tener a su servicio una fiscalía particular del desgobierno
socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer.
Pero, como ya he señalado otras veces, el
principio de jerarquía no es el único que rige la actuación de los fiscales. También
están los de legalidad e imparcialidad, y el hecho de que su misión es promover
la acción de la Justicia en defensa de la legalidad, los derechos de los
ciudadanos, el interés público tutelado por la Ley y la satisfacción del
interés social.
Así que, por mucho que el fiscal particular
del gobierno sea tan lacayo como su predecesora, y por mucho que su mano
derecha sea igualmente servil, todavía hay fiscales con criterio. Como la
encargada del caso de la filtración de los datos del novio de la presidente de
la comunidad autónoma de Madrid, que se ha rebelado contra la antedicha mano
derecha y ha manifestado que quiere investigar.
Todavía no está todo perdido.
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