Cuando leí la noticia de que el psicópata de la Moncloa se tomaba cinco días para reflexionar si merecía la pena seguir en la presidencia del desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer, a cambio de los ataques que están sufriendo él y su mujer, de la cual está profundamente enamorado, el título de la entrada me salió solo.
Porque es difícil decir más mentiras en menos
palabras. Para Sánchez todo, absolutamente todo, justifica el seguir en el
poder. Su palabra, su vergüenza (si la tuviera), la unidad de España y hasta el
presunto honor de su pareja. Ya hace tiempo que dije que si no le quedara otro
remedio que pactar con VOX para seguir detentando el poder (y el partido de
derechas consintiera, claro), lo haría. Ahora añado que si tuviera que vender a
su madre, también lo haría; y si tuviera que prostituir a su pareja -suponiendo
que hubiera alguien que pagara, que es mucho suponer, pero siempre hay alguien
dispuesto-, lo haría sin dudar un instante.
En cuanto a lo de estar enamorado de Begoña,
profunda o someramente, no se lo cree ni él. De la única persona de la que está
enamorado Sánchez es, no él mismo, sino la imagen que tiene de sí mismo. Y adora
esa imagen con tal pasión que no queda espacio para nada ni nadie más. El resto
del mundo sólo son medios que emplear, herramientas que utilizar, siervos que
usar, cómplices con los que delinquir.
El Sábado la cosa pasó de lo esperpéntico a lo patético. La dirección de los de la mano y el capullo, espantada ante la posibilidad de que el líder único realmente estuviera considerando la posibilidad de dejar el poder, convocó a las huestes mil y un tontos a concentrarse frente a la sede nacional del partido. A pesar de tener transporte y manutención gratis, apenas reunieron a diez mil personas, la mayor parte de ellas jubiladas o ancianas, mientras diversos ministros, con una Petisú desatada a la cabeza, daban un espectáculo entre patético y vomitivo. El Pitecantropus pucelanus, por su parte, resumió la situación al tiempo que, sin saberlo, hacía un vaticinio de lo por venir: el psicópata es el puto amo (sic).
El Lunes se despejaron las dudas. A las once -extraña puntualidad-, el psicópata leyó unas páginas con gesto aparentemente contrito. Tal y como empezó la perorata -el adalid de la transparencia no permitió preguntas, y los periodistas tuvieron que esperar a la puerta del complejo de La Moncloa-, poniéndose prosopopéyico y diciendo buenas tardes cuando no eran más que las once de la mañana (pero, ¿en qué mundo vive este hombre?, pensé), para a continuación encadenar una serie de oraciones condicionales (si aceptamos, si consentimos, si sustituyen), tuve claro (por si hubiera tenido alguna duda) que el psicópata no iba a dimitir.
Es más, teniendo en cuenta que anunció una campaña de limpieza y regeneración de la política, ya sabemos que es lo que se nos avecina. Contumaces como son los de la mano y el capullo -y el psicópata, no me cansaré de decirlo, no es más que la destilación de la quintaesencia de un partido que se estrenó parlamentariamente diciendo que se pasaría el ordenamiento jurídico por el escroto cuando les pareciera oportuno-, eso suponía que pisarían el acelerador yendo a por todo lo que todavía no controlaran y a por todos los que osen oponerse o siquiera disentir.
Ignaro como es, remató la cosa con una amenaza a la prensa libre, diciendo que no se puede confundir libertad de expresión con libertad de difamación. Pues precisamente en eso consiste la libertad de expresión: en poder decir lo que se quiera. Si lo dicho constituye una difamación, ahí están los tribunales para solventar la cuestión.
Tribunales que, a pesar de sus proclamas,
bramidos y relinchos, todavía no han pisado para presentar ninguna demanda ni
querella. Luego algo de verdad habrá.
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