Uno de los mantras de los secesionistas catalanes es que España roba a Cataluña. Falso de toda falsedad, como todo lo que sale de la boca de esos embusteros patológicos.
La realidad es que Cataluña, bajo la égida
regionalista, se ha convertido en una especie de sanguijuela que necesita al
resto de España para sobrevivir. Que sin las cuantiosas transferencias del
gobierno central -y a pesar de ellas- se encontraría en quiebra técnica. Que cada
vez que las cosas vienen mal dadas, y con semejante panda de inútiles es casi
inevitable que vengan del peor modo posible, tienen que marcar un teléfono que
empiece por noventa y uno para pedir ayuda.
Y que cuando una empresa tan emblemática -y,
como casi todo lo que tiene que ver con esa región- como la del espumoso
achampanado se ve obligado a hacer un expediente de regulación temporal de
empleo, el desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer,
espantado, les ofrece agua reciclada y uva de otras denominaciones de origen.
Y luego somos el resto de españoles los ladrones…
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